Colaboraciones · Cuentos

Estaba cansada

Estaba cansada
Foto de Enrique Tamarit Cerdá

Estaba cansada, cansada en serio de parir hijos de aventureros apátridas en aquella frontera inhóspita. Bastardos de bandoleros y traficantes. Cuánto hastío. Dicen que la vieron entrar con su abundante prole al convento de la Santísima Peregrinación. Dicen que de ahí, salió sola. Dicen que rumbeó hacia la estación de trenes recién inaugurada y que nunca más se le vio la cara. Se dijeron tantas cosas en aquellos días aciagos que al final, hoy, muchos creen que Josefa, “la Tizona”, nunca existió en realidad.
Yo, en cambio, atrapada en este hábito raído por la pobreza votiva y el viento malsano del páramo, estaba cansada de esperarla. Harta de la disciplina monacal y de estériles rezos que Dios no escucha; puede que su misericordia no sea infinita, o que deba prevalecer la infinitud de su ira. Pero no es menos perdurable ni más frágil el sentimiento que trajo nuestra desgracia.
A mí, de buena cuna, me cupo el privilegio de la discreta reclusión entre estos muros; a ella, la sirvienta, la entregaron al prostíbulo. Impedida de seguir sus pasos, no los de su huida, sino los de su juventud ultrajada, no hallo otra forma de redimirme, salvo por condena eterna. Así que aquí estoy, el cíngulo rodeando el cuello y sujeto a una robusta viga, en pie sobre esta frágil banqueta, y tan cansada…

Marcelo Sosa y Enrique Tamarit Cerdá

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